Velez

El partido con River dejó mucha tela para cortar. Por empezar, sirvió como medida. Los choques contra el Millonario nunca resultaron fáciles para Vélez, y encima el equipo de Gorosito venía en alza. El resultado, ese desarrollo frenético con puntos bien altos en el rendimiento de Montoya, Otamendi y Zapata, más la increíble joya de Rodrigo López, coqueteó la mayor parte del tiempo con el triunfo local. Lo cual no es poco y da señales de que el equipo va creciendo fecha a fecha.

Sucedió que las llegadas de Vélez se vieron más elaboradas, más sólidas, y era imposible no pensar recurrentemente en que el partido iba a terminar en victoria. Incluso después del cachetazo de Villagra, el equipo volvió a mostrar que un gol en contra no lo desespera y empató enseguida, para aprestarse a ir por más con esa actitud que hubo que reclamar durante tanto tiempo y que ahora se consolida con fuerza. Pero entonces un viejo fantasma del pasado reapareció por Liniers: la expulsión tonta, innecesaria e irresponsable de un jugador obligó a bajar los brazos.

Lo que pasó con Cristaldo no puede suceder más. Un futbolista de selecciones juveniles, con ya suficiente experiencia en Primera y que además pelea por un puesto, no tiene margen para repetir esos errores que tanto afectan el envión de un equipo. Porque tampoco era la primera vez del Churri, que a esta altura ya debería dar muestras de madurez y aprender de sus equivocaciones pasadas. Esas pequeñas actitudes también sumarían puntos a la hora de aplomar un equipo que pretende pelear por el título.

Cuando la merecida roja de Beligoy se alzó por el aire, la reflexión fue “si ganamos con uno menos estamos para campeones, y si perdemos es por culpa de Cristaldo”. No pasó ninguna de las dos cosas, pero siempre quedará la duda de lo que hubiese sido once contra once hasta el final. Mi sensación es que se ganaba. ¿Y la de ustedes?